11 agosto, 2013

Mientras quede alguien que lo haya vivido y nos lo pueda contar

Hay hechos, acontecimientos, que quedan para siempre grabados en los libros de historia, ampliaciones de la memoria de la humanidad, copias de seguridad de las vivencias que pasan de generación en generación, y que esa simple transmisión de tradiciones, costumbre o simples tics va degradando poco a poco cual "teléfono escacharrado".

Así, conforme avanzan las generaciones hay cosas que para recordarlas basta con mirar esos mismos libros de historia (para recordarlas como las contó el historiador, claro, o incluso mejor cuando las contaron varios y de signo contrario), pero, ¿qué pasa con las pequeñas historias, familiares, de barrio, de pueblo, cuyo único transmisor posible es la "cultura popular", la sabiduría rural? Pues lógicamente van perdiéndose la mayoría, y perdurando unas pocas, casi como clichés o chascarrillos familiares. Perduran la "carnaza", lo gracioso o quizá lo anecdótico, y se pierde a veces la verdadera esencia.

Para este tipo de historias, la sentencia de muerte es la propia muerte de sus actores y de los que la escucharon de primera o segunda mano. A partir de ahí, la nebulosa las confunde y muchas veces a las que sobreviven las viste de un halo mágico que o no tienen o no deberían tener.

Personalmente creo que sería curiosísimo saber si a nuestro tatarabuelo le gustaban las mariposas, si le gustaba echarle más sal a las comidas, si le encantaban las lentejas, si apreciaba el arte de Cezanne o si le encantaba el cine expresionista alemán. Sería como conocerlo de verdad, obviando anécdotas o carnaza que sí han perdurado, como que se hizo una vez una foto vestido de militar, que su mujer sirvió en la casa de unos ricachones (y puede que nosotros seamos descendientes del ricachón), y que una vez con unos amigos hizo un agujero en un silo para llevarse cereal. Sí, carnaza de la buena, pero me gustaría haberlo conocido de verdad, en su día a día, cómo era, cómo veía la vida.



Por desgracia, ya sólo un invento genial podría traerme cualquiera de esos deseos. Por desgracia, cuando se va la última persona que los recuerda, que los ha conocido, con ellos se va la historia de primera mano, con ellos se van las últimas anécdotas, los últimos bocados de vida, los últimos relatos "como si lo estuviera viendo ahora mismo", y no nos queda más que esa pequeña anécdota más destacada y con la que al final lo definiremos durante una o dos generaciones más, hasta que finalmente todo se pierda.

Mientras, aún queda gente que lo ha vivido y nos lo puede contar, de primera o segunda mano, con mano infantil, con recuerdos imberbes, pero verdaderos y no imbuidos por nadie, quizá simplemente moldeados por el paso del tiempo y algo magnificados, puede ser, pero insisto: verdaderos.

Este es un alegato, un acto de motivación para todos aquellos que aún quedan, o para todos aquellos que aún tienen a alguien que haya vivido cosas de hacé más de 70 años y que las puedan contar. Como digo en otros casos: contadlas, chicos, ancianos infantiles, contadlas, porque si no lo hacéis vosotros, nadie lo hará, y a la larga, se pierden...

No hay comentarios: