24 octubre, 2014

Homenaje a esos señores de mi infancia en Porcuna

Porcuna, una tarde de primavera de hace 25 años: 

Salgo de mi casa bajando a toda velocidad las amplias escaleras, casi flotando entre tramo y tramo, casi saltando de 3 en 3 los peldaños, a veces hasta de cuatro en cuatro, a sabiendas de que aún como impúber sigo teniendo los tobillos de goma. Mi madre me acaba de mandar a hacer mandaos hace unos minutos, con una pequeña cuartilla que conforma la lista de cosas que necesita.

Al llegar abajo me encuentro con mi vecina Amalia, que me saluda efusiva como siempre, con una gran sonrisa bonachona y la cariñosa mirada de abuela que nunca tuve. Tras el saludo, tuerzo a la derecha, donde en la puerta del Pastelerito vende cupones Manuel "Botines". En el escaparate podemos entrever sus famosos Manoletes y Piononos, aunque sin duda sabemos que en algún lado tiene que tener guardados los bizcochos de la princesa, como los que el otro día me regalaron porque estaba malo. Lógicamente, don Carlos pronosticó faringitis como siempre, pero esta vez los dulces que me trajo mi tía seguramente me curarían antes que las medicinas.

Total, que subo hacia las Torres pasando por la barbería de Chumiqui, donde se escucha rumor de tijeras y de comentarios varios, y recuerdo que ya mismo me tocar pelarme, un poco más allá, en casa de Sole "la Joselita", que como siempre me preguntará al empezar si quiero que me haga trasquilones. Años después, casi enfrente y ya en la adolescencia, iría a la peluquería de los hombres, ya solo, con Emilio Avellaneda, el único ave que pela y afeita.

Mi primera parada es el Penta, uno de los primeros supermercados de Porcuna, al que suelen nombrarme como "San Francisco", donde compro sólo un par de cosas, que me cobra Antonio. Enfrente tengo que pedirle a Barranco papel de kilo, y un poco más abajo tengo que pagarle algo que dejamos pendiente a Frasquito.

Una vez hechos esos mandaos, me paso un momento a saludar a mi tía Matilde, que mientras despacha en su tienda a un par de clientas que charlan sobre máquinas de coser. Al salir me paro también unos segundos en el escaparate de Palomo, sin llegar a entrar a saludar, ensimismado siempre en esos artículos que ahora se etiquetarían como 'vintage', y que no eran más que algunas revistas o pequeños artículos de regalo que no se habían vendido en su tiempo, y que ahora a mí me parecían verdaderas reliquias del pasado que me trasladaban a los antediluvianos años 70.

En la esquina donde el buzon de correos veo varios niños y niñas haciendo cola en la tienda de Espiri, local que ahora siempre resguarda a ese carro azul que tanto tiempo pasó en la intemperie, y que ahora espera los últimos meses antes de la jubilación. Algunos salen con sus famosas 'sorpresas' después de haber mareado a la buena mujer a la hora de elegir las chucherías. Así sigo más adelante, y en la puerta del Pasaje me cruzo con otro Frasquito, pero en este caso Ruiz, abuelo de mi amigo Jesús, que desde San Lorenzo ha venido a ver a su nieta recién nacida, y que me saluda cariñoso como siempre. Después dudo si comprarme un polo ase Benito, pero al final lo dejo porque iba cargado. Así paso junto a la Iglesia, delante de la cual está dando un paseo don Rafael Vallejos, enjuto, largo, con su sotana de negro riguroso; dejo a mi izquierda el Ayuntamiento y cruzo el Arco, volviendo a llegar a la Carrera. Antes de continuar por mi acera, y como muchos porcuneros, no puedo evitar cruzar hasta enfrente para mirar el escaparate de mi amigo César, vecino de toda la vida de enfrente de casa mi abuelos, donde unas fotos de una sonriente familia adornan con ese soplo de aire fresco esa famosa esquina de mi calle.



Justo cuando voy a cruzar otra vez, me encuentro con mi abuelo Manuel Millán, 'Raspavelas', el único abuelo que he podido conocer, y que sale del Barbaza de vuelta a su casa que está enfrente. Le doy un beso y decido seguir adelante por la misma acera, por cambiar. Paso junto al Imperial, donde Manolo Heredia habla con un par de clientes desde el otro lado de la barra. Después también paso delante de la taberna del Rano, y justo antes de cruzar echo un pequeño vistazo a la botica a ver si veo a mi vecino de chalet Manolo, pero no me alcanza el ángulo para ello. Antes paso un momento por la tienda, donde mi tío Rafalito Navas está enseñando lámparas a unas conocidas de toda la vida de la calle Gitanos. Dentro espera para saludarlo su primo político Manolo Bueno "el cartero", casado con la guapa prima Encarna. Cuando llego me saluda con el "qué pasa Javielete" de costumbre.

Tras subir y decirle a mi madre, conocida maestra doña Iluminada, que ya había hecho todo y que me iba a casa de un amigo, recordé que tenía que comprar una libreta, así que le pedí diez duros para llegarme a la partarriba de mi casa ase Victoriano un segundo. Una vez la compro, emprendo mi largo camino hacia la calle Trafalgar, a casa de Fernando y Reyes, abuelos de mi amigo Antonio José, que a veces hacen casi labor de padres, como muchos en esta época. En la Farola dirige el tráfico Barranco el Municipal, porque va a pasar un entierro, así que dice que se dé prisa a Juanele, que va repartiendo, y alza el brazo para que ya no pase nadie más.

Un entierro es ese acontecimiento que tiene lugar cuando alguien que es mayor se va al cielo. Alguien que no conocemos y al que le habrá llegado la hora. El oficiante de hoy es amigo: Don Rafael "Piojito". Lógicamente ni a mí ni a ninguna de las personas con las que me he cruzado hoy por la calle nos pasará nunca, y lógicamente tampoco a nuestras familias o a amigos. En este caso, y por lo que oí a mis padres a mediodía, se ha muerto una tal Milagritos, o Peligritos, no recuerdo, con noventa y tantos años, y a mis casi 8 les hace gracia el nombre, claro, pero ni siquiera alcanzo a plantearme que esa persona nació aún en el siglo XIX, y que también tuvo 7 años alguna vez, jugando a la pita o al arrimaíllo con sus amigas de a saber qué popular barrio de la vieja Obulco.

Cruzo rápido para que no me pille el coche fúnebre, paso luego junto a esa enigmática Casa Roja y sigo adelante junto al Casino y al Vivi, donde Emilio ha salido a echar un vistazo a la puerta y está charlando con Antonio Baides y Manuel Anera, que me saluda simpático como siempre que paso junto a lo de la escayola al lado de mi colegio. El camino es largo para un niño de mi edad, pero lo conozco bien de otras veces. No obstante, no puedo aguantarme sin pasar por el Paseo de Jesús a comprar un sobre de estampicas de la liga, así que me llego a la casetica azul donde Luis me las despacha. Tengo suerte, me han salido Juanito, del CD.Málaga y el entrenador Luis Aragonés, que no los tenía. Luego doy una vuelta alrededor del quiosco a ver si encuentro alguna nueva chapa de cerveza que no tenga en la colección, y a través de la verja de la Casa de la Piedra veo a Espiri y a Antonio, su marido ciego, para mí una leyenda viva, por ser parte de la historia de la construcción de esa casa, que ya me han contando tantas veces.

Continúo mi camino, no sin entretenerme alguna otra vez más cuando me cruzo con don Francisco Peña y su mujer, que me saludan, y alguna otra maestra antigua de mi madre como doña Dolores. Se nota que hace buen día, así que no tengo que continuar más porque delante de Milla me encuentro a  mi amigo y nos quedamos en el paseo a echar la tarde con otros.

Llego casi a las 9 a casa y me llevo un regaño merecido, porque es casi de noche. Un día más ha pasado, mañana es sábado y seguro que hay muchas cosas que hacer, pero hoy estoy cansado y sólo tengo ganas de cenar e irme a la cama. De fondo se escucha la tos de Perico, mientras en la tele aparece Joaquín Prat presentando como siempre, buscando el precio justo.

Mañana por la mañana seguramente vaya a la Plaza de Abastos con mi madre, y seguramente como muchos días y sin ir más lejos la semana pasada, me encuentre por el camino a Loli, la madre de mi futura cuñada; o con el primo Juan, dulcísimo anciano que no sé exactamente qué le toca a mis padres, pero que siempre que me ve me mide con alguno de los botones de su chaqueta, y que en muchas ocasiones me regala algún caramelo; su voz, inconfundible es casi la misma que la del actor Manuel Alexandre. Una vez en la plaza pasaremos como siempre por el puesto de Marciana, y no tengo dudas de que alguna de esas señoras que no me suena de nada se cruzará con nosotros y dirá a mi madre "ya va parriba". Es un acto que se repite semanalmente, en un ciclo del que no podemos escapar, en un bello ciclo de estaciones que se suceden, de días maravillosos y soleados, de lluviosos y tormentosos, de grises y apocalípticos, donde todos nosotros vivimos, donde nuestro regalo vital tiene lugar, unos en un momento más joven, otros en una etapa más madura, pero coincidiendo a la vez y dejando huella unos en otros.

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Un soplo de aire se los llevó, así, tan frágiles como eran, como somos, pese a que muchos eran tan y tan fuertes como personas, pero tan insignificantes como simple polvo. Eso sí, ninguno de ellos morirá mientras esté en nuestro recuerdo. En el mío están todos y tantisimos más, con infinitos matices que ni con 'alfredianos' arabescos podría reflejar, así que ni lo intento, sólo los nombro, sólo los hago vivir de nuevo aquí, para quienes ya no los conocieron, para quienes no vivieron esos finales de los 80 y primeros 90, hace 25 años ya...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sr. Ervija, tengo que reconocer que lo ha bordado, y que da la sensación de que hoy mismo está Vd. paseando por ese pequeño pueblo suyo con sus chanquillas, cinco lustros atrás, y parece que salen del papel en blanco las caras de las personas que va reconociendo a su paso.
Mis más sinceras felicitaciones.

Javi dijo...

¡Muchas gracias anónimo!, me alegro de que le haya gustado.

La suerte que tenemos es que gracias a la memoria siempre podemos volver a dar esos paseos tan agradables, y que nos dure...