17 septiembre, 2015

Zamora no se visita en una hora

Zamora es una de esas ciudades imaginarias de España, población y provincia que no existe en realidad, que nadie o casi nadie ha visitado, y que pocos sabrían situar en el mapa, como les pasa a otras grandes olvidadas como Soria, Teruel o Guadalajara, por poner algunos ejemplos de lugares a los que nunca he ido, y la mayoría de los que me leerán, tampoco.

Zamora es bastante pequeña, muy castellana (o muy "leonesa" que dirían otros, por aquello de que hay mucho movimiento independentista que quiere recuperar el antiguo Reino de León), con su plaza mayor no porticada, su muralla alrededor (de ahí su sobrenombre de "la bien cercada"), su desnivel respecto del río que la circunda, y un casco antiguo de calles peatonales fácil de pasear en un rato de pausado paseo, conversando sobre el bien y el mal mientras caminas junto a viejas iglesias románicas.


 


Sí, Zamora se vanagloria de ser la ciudad española con más iglesias románicas, y efectivamente lo es, aunque he de decir que a mí en cuanto a esto me gustó más Segovia. Eso sí, las iglesias románicas de Zamora merecen la pena y están muy bien conservadas gracias al buen hacer de muchos gobernantes que prefirieron una buena restauración a una destrucción paulatina durmiendo el sueño de los justos y las iglesias derruidas que ahora no pueden reclamar ser nada, porque no existen.

Zamora es una de esas paradas que hace el magnífico río Duero en su camino hacia Porto, donde en Douro se convierte, como uno de esos grandes ríos de nuestra gran península, que discurre manso por los puentes, atisbando desde la llanura a Zamora apostada en esa colina, rodeada de murallas, como bastión inexpugnable que parece desde abajo.



Esa misma Zamora que tiene una catedral, la más pequeña de las 11 que hay en Castilla y León, coronada por una extraña cúpula o cimborrio de piedra, rodeada de una especie de gajos de naranja, hechos en piedra, de los pocos así que podemos encontrar, por la influencia francesa ya del gótico que venía y que permitía construir obras más altas y sobre todo pesadas. Catedral que sobrevivió al cercano terremoto de Lisboa, y que años más tarde ardió, con portada reconstruida en estilo moderno, neoclásico, francés o como quiera que pueda ser llamado. Catedral de Zamora con escalinatas que parecen caerse, resquebrajadas y soltadas de las paredes en las que debían descansar, anunciando una ruina de la que los arquitectos aseguran que no puede darse.



Zamora capital de vino, rodeada de vastos campos castellanos que viajan hacia la cercana Portugal, Zamora tierra de toros y de festejos dedicados a este bravo animal que representa la imagen de España ante el mundo. Zamora con sus dibujos grafiteros que engalanan fachadas que estaban echadas a perder, esquinas desconchadas o viejas obras que nunca acaban y que seguramente provocarían un enorme impacto visual, ahora totalmente evitado por obras de arte que deberían perdurar. Zamora de gentes amables, Zamora ciudad tranquila de buenos bares para tomar una buena cerveza y tapa, un buen vino para regar un magnífico chuletón de ternera de Aliste o simplemente para pasear por sus largas calles cerradas al tráfico, donde curiosamente podemos encontrarnos al Herminio Ramos, cronista zamorano de bronce o de 90 años de carne y hueso, curiosidades de la vida.



Así es esta ciudad, esta Zamora que no existe, de la que nadie habla, que no pinta nada, que nadie visita, conoce ni sitúa en el mapa; ciudad en la que merece la pena reparar al menos una vez en la vida. Zamora que fue nuestra por unos días, tuya y mía...

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